Personal

Viajar es una mierda

Hace poco tuve una charla por Whatsapp, una conversación amigable que terminó tomando rumbos más incómodos… y que justo fue en una de esas semanas dónde pensé mil veces en «qué ganas de estar en casa», «qué mierda hago viviendo tan lejos» y «cómo extraño a mi familia».

Sí, porque en todo este tiempo en Australia no fue todo color de rosa.

Hay momentos donde por más que pienso en lo afortunada que soy, en el lugar que estoy viviendo, la experiencia por la que estoy pasando, las posibilidades de conocer lugares nuevos… todo eso no importa porque tu cabeza (y tu corazón) están en otro lado.

«La verdad es que no termino de entender por qué te fuiste… por qué mandaste todo a la miércoles, renunciar al trabajo, dejar tu departamento, todo, para irte para allá…», me dijeron. «¿Estabas tan mal acá? Nadie se dio cuenta. «; «¿Hacía falta irse tan lejos?«; y tantas otras cosas.

Y algo de razón tienen.

Tenía un buen trabajo y buenos compañeros con quienes me divertía mucho, ganaba más o menos bien, me manejaba con bastante independencia…

Vivía sola, en mi departamento, donde estaba muy tranquila, y que con mucho esfuerzo había logrado convertirlo en un lugar un poquito más lindo, poniéndole cosas nuevas, lo había pintado, había cambiado algunos muebles…

Y estaba muy bien rodeada: por una familia hermosa llena de hermanos, sobrinos, abuelos, tíos, primos. Con tanta gente, todos los fines de semana algún plan familiar surgía. Y también llena de amigos por todos lados: los del colegio, los de la facultad, los de la vida, amigos nuevos, amigos de siempre.

«¿Entonces por qué te fuiste?«

Australia para mí fue una oportunidad de desafiarme.
Y como toda oportunidad, surgió en un momento de crisis.

Fue decidido en un momento donde estaba muy triste, después de una separación que me tuvo varios meses llorando en silencio. Porque a pesar de que todo el mundo opinaba que era lo mejor para mí y que ya iba a estar mejor, yo estaba mal. Todo el mundo se pelea con sus parejas, pero no a todo el mundo le pasan las mismas cosas. Yo creía que estaba con el amor de mi vida y que era feliz, pero me lastimaron mucho las decepciones. Y me afectó más de lo que supuse.

Sumado a eso, mi trabajo no me hacía feliz: no me sentía plena, estaba cansada de hacer todos los días lo mismo, la rutina me estaba matando, me sentía estancada. Y también me sentía culpable de quejarme, cuando estaba tan tranquila ahí, cuando andaba bien, cuando tenía un montón de libertades y beneficios.

Estaba en una momento de quiebre. Tenía que hacer algo para salir de esa situación.
Pero no fue una decisión espontánea: pasó un año desde que me animé y puse en voz alta ese deseo de viajar hasta que estuve en el aeropuerto con pasaje en mano despidiendo a mi familia.

Siempre supe que quería viajar por un tiempo. Era algo que sentía adentro mío, que quería experimentar alguna vez. Después de mis primeras vacaciones en el Norte de Argentina en el 2010, me juré nunca más repetir un destino de vacaciones. Y en los últimos siete años es algo que venía cumpliendo. Con la suerte de contar con trabajos que me permitieron ahorrar, pude ir, por ejemplo, a Europa por primera vez al terminar la carrera (2014), a Machu Picchu (2015) como también pude venirme hasta acá hace un año.

Pero mi mochila vino llena de emociones encontradas.

Al principio todo fue novedad. Sydney me recibía con los brazos abiertos. Y tuve que vivir en un hostel, buscar trabajo, conseguir departamento, inventarme un currículum, hacerme amigos nuevos, recorrer una nueva ciudad, aprenderme las calles, tomarme el subte, perderme en barrios alejados, pedir indicaciones, aprender a hacer las compras, ir al varios supermercados, abrirme una cuenta en el banco, comprarme una línea de teléfono local…

Vine con la idea de tratar de vivir lo máximo posible, y a cada día lo encaraba con mucha energía. Quería que cada día tuviera algo para contar y poder repasarlo con una sonrisa antes de irme a dormir. Quería que los problemas no me importen, no hacerme mala sangre por nada. Quería dejar de sentirme estancada. Quería poder compartir con todos lo bien que la estaba pasando.

Pero pasó el tiempo y no pude mantener la promesa que me había hecho.

Empecé a tener altibajos con mi humor y por momentos a sentirme sola. Empecé a cansarme de que la gente que conozco se vaya al poco tiempo, ya no tengo la misma energía para hacerme nuevos amigos. La diferencia horaria no ayuda a estar cerca de la gente en Argentina, pero también la distancia de todo este tiempo estando lejos enfrió mucho las relaciones. Como hice toda mi vida, trato de sonreír igual ante los pequeños problemas y las cosas que me ponen de mal humor. Intento mantenerme alegre, pero hay días que me cuesta. Tengo días que me aburro, a veces me dan ganas de tirarme en la cama y dormir todo el día. Hay días que no salgo del departamento.

No porque esté en otro país quiere decir que me haya convertido en un robot. No me la paso haciendo cosas. Y sí me pasa que extraño los mates a la tardecita en el patio de mi casa con mis viejos, extraño tomarme unas cervezas con mis amigos, extraño Monte, extraño jugar con mis sobrinos, extraño todo.

Y estando a 12.500 kilómetros de distancia, no puedo hacer nada.

Ya en unos días se cumplen 11 meses de mi llegada a Australia. Y por suerte en un mes y poquitos días voy a estar en casa, de vuelta con mi familia, con mis amigos. Para reencontrarme con todo eso que extraño.

Viajar es una mierda porque estás lejos.
Porque cuando necesitás un abrazo, no lo podés tener. Cuando necesitás un oído y compartir un momento, tenés que hacerlo por Skype. Cuando querés estar con tu gente, tenés que conformarte con una video llamada.

Y cuando a alguien que querés le pasa algo y te necesita, no te lo dicen, porque no quieren preocuparte. Cuando alguien que querés te extraña, también tiene que conformarse con hablar por teléfono.

Y todo esto no es fácil de sostener en el tiempo.
Pero también es un desafío. Y para mí fue importante pasar por todo esto.

Para aprender a valorar un montón de cosas.
Para crecer como persona. Para darme cuenta que al final lo único que importa es la gente que te quiere.

Porque al final de todo, cuando pongo en la balanza todo lo que me pasó este año, las cosas que viví y aquellas que me perdí… el balance sigue siendo positivo y fue sin duda gracias a todos los que me apoyaron en este viaje.

Porque seguro fue más difícil para ellos de lo que fue para mí. Y por haberme aguantado todo este tiempo les digo gracias. No hubiera sido posible sin ustedes. No hubiera sido posible sin sentirme acompañada.

Esta experiencia fue de las mejores cosas que me pasó en la vida.
Y planeo seguir haciéndolo un tiempito más. Ojalá pudiera traerme a mi familia en una mochila y a mis amigos en la valija…

«Marcharse es muy difícil… hasta que te marchas. Y entonces es la cosa más jodidamente fácil del mundo». No puedo estar más de acuerdo.

6 comentarios sobre “Viajar es una mierda

  1. Vamos Palomita que falta poco!!!! para darnos un abrazo bien fuerte, para tomar unos matecitos en el jardin o para pelearnos un rato jaja. Estas transitando ese «viaje interno», ademas del que estas haciendo para conocer gente y lugares. Este otro viaje te va a mostrar cosas para la que era necesario tomar distancia, y ahi esta el aprendizaje. A lo mejor, mi Palomita viajera, en los proximos viajes, no te apartes tanto, para estar mas a mano de un beso o un abrazo. Pero que vas a seguir viajando, no lo dudes, lo llevas marcado en el nombre: Paloma. Te quiero con todo mi corazon. Fuerza!!!!!

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  2. pali.siento que estas extrañando.pero viviste una experiecia inoividable,aunque las distancias no ayudan a olvidar los desengaños y tristezas.

    el tiempo es necesario aunque quedan los recuerdos x siempre.

    te queremos mucho.

    ya faita poco.besos.

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