Australia · Viajes

Sydney: día 7

Martes 03/05/16

«…y de como me despidieron en mi primer día de laburo»

Hoy a las 8.45 am tenía que estar en Pitt St. Mall, un shopping en pleno centro de la ciudad, donde nunca había estado antes. La noche anterior me fijo en internet cómo llegar, pero aún así puede fallar, se me hace tarde y salgo del subte en la salida equivocada. Llego al lugar indicado 7 minutos tarde. Me espera el coordinador, Jesse, con cara de pocos amigos. Mis otros compañeros ya están con la remera puesta repasando un papel.

Me pongo la remera naranja de la asociación y me empieza a tomar lo que aprendimos ayer. No me estudié de memoria el guión, sé el contenido general y estoy convencida que lo puedo decir con mis palabras. Error. Quiere que se lo diga tal cual. «No soy actriz» le digo, lo cual no le causa gracia. «No sabía que querías que te lo repita con las palabras exactas«. Me insiste con que la estructura del discurso tiene que ser así. Lo practicamos un poco, no me sale perfecto, sigo queriendo improvisar con mis propias palabras cuando le hablo, pero me para y me dice «eso no está en el guión«.

Ya a esta altura me lo quiero comer crudo. Son las 9.10.

Empieza el show. Nos toca a cada uno una esquina diferente. Intento hablarle a una, dos, diez, veinte personas. Todas siguen de largo. Jesse viene y me corrige cómo me acerco a la gente. Me mira cómo lo hago, me inhibe un poco. Son las 10 am y ya quiero renunciar, jajaja.

Me doy cuenta que me pagarán 20 dólares la hora por hacer esto así que cambio la actitud y empiezo a parar a todo el mundo: gente grande, joven, de traje, de civil, mujeres, hombres. Parece funcionar. Un chico se detiene, me escucha, le digo todo el versito y al final me dice «soy de Nueva Zelanda, pero muy bueno lo que hacen eh«.

Pequeño detalle, los donantes sólo pueden ser australianos.

Sigo embalada e intento parar a 50, 80, 100 personas. No llevo la cuenta. Jesse me dice que me toca el recreo de 10 minutos. Le digo que ahora no, que después. Quiero que alguien pare pero la gente no piensa detenerse, todos están apurados yendo al trabajo.

Jesse me obliga a tomar el break. Son las 11 y tengo diez minutos. Me siento en la sombra, me pongo un buzo arriba de la horrible remera naranja, tomo agua, juego con el celular, me como unos caramelos. Se acerca Jesse: «estás dos minutos atrasada». Son 11.12. Me quiero morir de la vergüenza.

Siguió la mañana, el sol pega muy fuerte y tengo la espalda toda transpirada. Me toca la esquina que más sol tiene, pero estoy al lado de un local que pasa buena música así que no me quejo. Jesse vuelve a acercarse, y a insistir con la forma en que digo las cosas, y me pregunta si me pasa algo. Yo pienso que este laburo es una mierda pero no se lo digo. Le respondo que está todo bien pero que es frustrante que nadie para. Y él me dice «Ves? Ahí está tu error. Si vos pensás que nadie va a parar, no le estás poniendo lo mejor de vos al trabajo«.

Cortamos para almorzar, una hora. Obvio que nadie se trajo vianda, y comer ahí en cualquier local nos costará bastante. Me doy cuenta horrorizada que no tengo plata, voy al banco. Después quiero ir al baño, me meto en el shopping y es el único shopping del planeta que tiene los baños escondidos en el tercer piso. Termino comprando un sandwich de jamón y queso a 4 dólares, que me lo engullo en los 5 minutos que me quedan de almuerzo.

Vuelvo al ruedo a las 14, y pienso para mis adentros que sólo faltan 3 horas, y que si aguanto hasta el viernes, me habré ganado 500 dólares. Nada mal. Pero me dura poco la alegría: viene Jesse y me dice que tiene malas noticias. Que ve que no soy proactiva, que no estoy pudiendo hacer que la gente pare, y que encima llegue tarde ayer y hoy (alguien le buchonea que llegué tarde ayer). Así que hasta acá llegué.

En el momento quería putearlo, pero la verdad me alegró un montón.
Le devolví la remera, le dije muchas gracias y hasta luego. Mis compañeros me miran sorprendidos: soy la única de los 4 que estuvo a punto de conseguir un donante. Pero bueno, se ve a la legua que no soy la indicada para este tipo de trabajos.

Así que a las 3 de la tarde soy una mujer libre de nuevo, y me siento un poco frustrada pero contenta.

Me voy a ver dos departamentos que tenía anotados para esa tarde, previa pasada por una heladería donde, bien de gorda, me malcrío con un helado de crème brûlée y de blueberry cheesecake.

Total, ahora estoy desempleada, jajaja.

  • El primer departamento está en una zona muy linda de Sydney, Pyrmont. Un brasilero me muestra el lugar, son dos cuartos, dos baños y viven ocho chicas. Piso de alfombra blanca, todo impecable, balcón enorme. Un gran zapatero en la puerta para descalzarse al entrar. Pero no fiestas, ni gente invitada, ni ruidos. Toda una serie de reglas si quiero dejar el departamento antes de tiempo. El barrio es hermoso, estoy a media hora caminando del centro. Pero no hay muchos transportes cerca.

 

  • El segundo departamento queda cerca de la estación Central, que es donde llegan prácticamente todas las líneas de trenes de Sydney. Tiene un montón de colectivos alrededor. La zona mucho no me gusta, me parece medio ruidosa. Voy al departamento, está en una calle tranquila, que es como una cortada. Me abre la puerta un chico iraní con un cuchillo en la mano. «¿A todo el mundo le abrís así la puerta?» le digo y se escuchan risas. Estaba cocinando. Cuando entro al departamento, escucho un «hola» por primera vez desde que llegué. En ese lugar viven un argentino, una española y otros cinco extranjeros. ¡Qué alegría hablar en español! El iraní se va, y el argentino me muestra el departamento. Está ahí hace dos semanas, me cuenta todo del lugar, de cómo funcionan las cosas y de las bondades de su ubicación. Tiene lavadero, cocina grande, dos sillones, placard, televisor y la mayoría de la gente no está nunca porque todos trabajan. Casi que me termina convenciendo… Y me cuenta que el iraní es muy copado y que no suele jugar con cuchillos.

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Tomamos un café y le pregunto cómo supo que era argentina si cuando entré no me vio, y yo al iraní le hablé en inglés… me dice que todos los argentinos tenemos una tonada que nos deschava, que ya me voy a dar cuenta cuando escuche a otros hablar.

Y yo que pensaba que hablaba bien inglés, jajaja.

5 comentarios sobre “Sydney: día 7

    1. Si, totalmente, el laburo era una cagada pero pensé que podía llegar a juntar plata unos días.
      Todavía no me han pagado, y como acá se pagan los sueldos cada quince días, tengo que esperar… Ya veremos!

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